
Semanas atrás en el evento Sustainable Brands llevado a cabo en La Rural, una activista de Greenpeace subía al escenario interpelando al Director en Manejo Global del Agua de The Coca Cola Company con un cartel que decía: “Sprite, ¿cuándo vas a reforestar? La exposición del flamante director pretendía comenzar con la siguiente pregunta: ¿Cómo una marca puede ser sustentable? La cuestión de base en estos debates es más profunda y consiste en si es válido delegar en actores privados la responsabilidad de revertir las consecuencias negativas que ellos mismos generan o promueven.
Con las finanzas tradicionales podríamos hacernos la misma pregunta. En un mundo donde priman las finanzas especulativas, donde tres de cada cuatro individuos en situación de pobreza (77%) no posee una cuenta bancaria ni acceso a servicios financieros conexos, donde los incluidos son principalmente de género masculino y se relega a la mujer, donde la banca tradicional premia con préstamos de capital a quienes poseen de antemano activos más abultados y financia proyectos muchas veces nocivos para el planeta, la discusión es totalmente válida ¿Puede la banca tradicional interrumpir y revertir los procesos que promueve?
Recientemente visitó nuestro país uno de los principales referentes a nivel internacional de la denominada “Banca Ética”, Joan Antoni Melé. El actual miembro del Consejo Asesor de Triodos Bank puso sobre la mesa el mismo debate. El sistema bancario tradicional adolece de fundamentos que limitan su propia capacidad para revertir los procesos de exclusión y nocividad que genera. Es por eso que se debe desarrollar y crear una banca distinta, una banca basada en valores, una Banca Ética.
Un aspecto novedoso de este enfoque es revertir la responsabilidad teórica detrás del fondeo bancario. Esto es, contemplar que todo individuo que deposita su dinero en una caja de ahorros no se encuentra únicamente resguardando su capital, está a su vez dándole un préstamo a la entidad financiera que luego se utilizará para fondear a terceros o especular. Los ahorristas deben, entonces, tener el derecho a ser informados sobre el modo y el fin para el cual se utilizan sus ahorros.
Los principales componentes en una Banca Ética son dos. Por un lado, su total transparencia hacia los ahorristas y la comunidad. Por otro, la claridad en sus criterios éticos a la hora de invertir. Esto es, a la vez de informar a sus ahorristas sobre el uso dado a sus depósitos, se invierte sólo en proyectos y empresas rentables que generen un cambio positivo en el mundo. Estas iniciativas usualmente no pueden salir adelante porque la banca tradicional no las quiere financiar. A estos dos factores se suman otros como el estar fuera del negocio de consumo masivo y del especulativo (invertir sólo en economía real), tener una estructura que regule las brechas salariales internas e informar su estrategia de sustentabilidad financiera en caso de crisis.
Es necesario aclarar que esta metodología no es filantropía ni tampoco RSE. De hecho, no es pedirle a la banca tradicional que deje de especular en los mercados financieros o que cambie su lógica de trabajo. Lo que se pretende es crear un nuevo sistema de entidades bancarias con nuevos actores que, aunque en primera instancia sean marginales, al menos brinden libertad a los ahorristas de elegir dónde desean resguardar sus activos. Países como Bélgica, Holanda, Inglaterra, Alemania y España cuentan con estos actores hace años demostrando que no se trata de batallas utópicas.
En un mundo como el nuestro, donde 62 familias poseen activos equivalentes a la mitad más pobre del planeta, hablar de desigualdad no es novedad. Sin embargo muchas veces se discute poco en torno al rol de la banca en términos de concentración. En el mundo donde vivimos 147 grupos económicos controlan más del 40% del sistema corporativo global y un 75% de estos son Bancos.
En términos de montos, sólo 28 gigantes financieros manejan activos por $1.8 trillones de dólares promedio por entidad, sumando un aproximado de 50 trillones. Para dimensionar la aterradora relevancia que implican estos guarismos, al 2016, el producto de los Estados Unidos fue de $18 trillones de dólares corrientes. El de Brasil, la séptima economía mundial, fue de $1.8 trillones y nuestro país produjo tan solo por $545 billones. Aquel correspondiente a todo lo producido en el planeta ascendió a $75.5 trillones de dólares.
En pocas palabras, 28 gigantes financieros manejan activos equivalentes al 65% de la economía global, superando ampliamente en producto y poder económico a muchas naciones. Cambiar el modo en el que pensamos y ejecutamos las finanzas tradicionales es mucho más que dar una batalla utópica o romántica que debiera quedar indefectiblemente relegada a activistas. Observando los números, no se falta a la verdad al afirmar que cambiar las finanzas como las conocemos es, efectivamente, cambiar el mundo.