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Exclusión financiera, un reflejo de la desigualdad

27/11/2017

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Publicado en diario LA NACION - 26-11-2017
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​Más de la mitad de las mujeres de todo el mundo están desempleadas o no buscan trabajo. Según diferentes investigaciones, la inequidad de género causa una pérdida de ingresos del 15% en los países miembros de la OCDE y casi del 38% en países de Medio Oriente y África del Norte. Las mujeres también ganan, en promedio, un 27% menos que los hombres y son más propensas que ellos a trabajar por cuenta propia o en trabajos precarios, particularmente en los países en desarrollo. Tristemente, la lista de desigualdades podría seguir.

No es novedad el amplio número de dificultades que enfrenta la mujer en comparación al hombre en diversos ámbitos de su vida personal y profesional. Aquí nos referiremos a uno de ellos, el los mercados financieros. Sucede que, a pesar de ser el 50% de la población mundial, las mujeres todavía están por detrás de los hombres en el uso de productos y servicios financieros.

Los datos del Banco Mundial para 2011 muestran que, en todo el mundo, sólo el 47% de las mujeres tenía una cuenta bancaria en una institución financiera formal, mientras que entre los hombres ese índice era del 54%. En su último relevamiento, correspondiente a 2014, el 58% de las mujeres y el 65% de los hombres tenían cuentas. Esto implica que si bien hubo avances significativos en la inclusión financiera para ambos grupos, existe una brecha de género persistente que se mantuvo en el 7%. 

Esa distancia es aún mayor en los países en desarrollo (economías de bajos y medianos ingresos). Allí, la diferencia entre hombres y mujeres con una cuenta bancaria en 2011 era del 9% (37% y 46%, respectivamente). Tres años después, la brecha era aún del 9%, con un 50% y un 59% de personas con cuentas según se tratara de mujeres o varones. Por lo tanto, el progreso en la inclusión financiera parece no ser capaz de sortear esta diferencia. Y millones de mujeres se encuentran aún relegadas en este aspecto.


Los causantes de la exclusión financiera en las mujeres son diversos, multicausales y deben ser tratados por las políticas públicas de manera holística. Por ejemplo, estudios realizado por AFI y Women's World Banking citaron la falta de conocimiento y alfabetización financiera como una restricción clave para que las mujeres accedan y usen servicios. Encuestas realizadas por la OCDE acreditan que, en muchos países, las mujeres demuestran efectivamente menos conocimientos financieros que los hombres, y tienen menor confianza en sus saberes y habilidades para administrar el dinero.

El desafío de mejorar la capacidad financiera de las mujeres se ve agravado por el hecho de que dos tercios de las personas analfabetas en el mundo son mujeres. Las instituciones financieras hablan un lenguaje de por sí complicado, que hace aún más difícil para las mujeres acceder a productos y servicios acordes con sus necesidades. Pero este enfoque desde la "demanda" es sólo una cara del problema, muchas desigualdades estructurales y normativas profundizan la inequidad de género en las finanzas.

Por ejemplo, es sabido que los bancos son reacios a otorgar servicios (principalmente financiamiento) a clientes sin garantías tradicionales. A nivel global, sólo una pequeña fracción de la tierra está en manos de mujeres, haciendo que éstas enfrenten crecientes dificultades para proporcionar garantías. Consecuentemente, la expansión de la co-titulación y la titulación individual para la mujer es un tema de importancia crítica, aunque muchas veces relegado del debate. Debe sumarse también que, según las investigaciones, las mujeres tienen menos probabilidades que los hombres de tener una identificación formal, requisito mínimo requerido para abrir cuentas en entidades financieras formales.

De cara al futuro, un dato de interés es una limitada propiedad de teléfonos móviles y tarjetas SIM. Sólo 1200 millones de mujeres en economías de bajos y medianos ingresos poseen teléfonos móviles, de un total de 2900 millones de propietarios de teléfonos. Sin duda, este factor tendrá su corolario en la exclusión financiera de las mujeres, especialmente porque la mayoría de las instituciones han comenzado a ofrecer sus productos a través de canales bancarios digitales.

Varias medidas de política pública pueden fomentar la inclusión financiera de las mujeres. Por ejemplo, la recopilación e investigación de datos discriminados por género y un mayor enfoque con objetivos explícitos y metas cuantitativas; reformas a los marcos legales y regulatorios; regulaciones de protección al consumidor financiero más refinadas y fortalecidas, que aborde las preocupaciones y los problemas de las clientas; programas de educación y alfabetización financiera específicos para mujeres; legislación y regulaciones que aborden las normas sociales que restringen la inclusión financiera de las mujeres.

Existe un amplio consenso en que la inclusión financiera de la mujer no es sólo benéfica para estas, sino que conduce a efectos positivos significativos en términos de crecimiento económico, igualdad y bienestar social. Tanto es así que organismos como el Banco Mundial y la OCDE han enfatizado una mayor inclusión financiera para las mujeres, como algo prioritario.

Por ejemplo, las mujeres pueden tardar más en adoptar servicios financieros, pero estudios diversos han demostrado que realizan transacciones con mayor frecuencia y que son más ahorradoras que los hombres. Sosteniendo la última hipótesis, los datos reflejan que, en países en desarrollo, la brecha de género en ahorros formales (cuenta en una institución financiera donde el cliente tiene la intención de ahorrar) es menor que la brecha de género en la propiedad general de la cuenta.

Brindar acceso a instrumentos formales de ahorro les permitiría a las mujeres aumentar su consumo, lo que a su vez beneficiaría a sus familias e incrementaría la inversión productiva del hogar. Las investigaciones demuestran que es más probable que las finanzas controladas por las mujeres se gasten en necesidades tales como alimentos para el hogar o el bienestar de los niños, incluidas las matrículas escolares y la atención de la salud.

En conclusión, a pesar del progreso general en la inclusión financiera a nivel mundial, las mujeres siguen estando desproporcionadamente excluidas del sistema formal. Un crecimiento sostenible tendiente a un desarrollo económico más justo y equitativo requiere indefectiblemente un sector financiero más inclusivo que responda a las necesidades de hombres y mujeres por igual. Las finanzas deben dar respuesta a esta problemática.

Ignacio E. Carballo

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