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El 3 de enero de 2009 se generaba la primera transacción de Bitcoin. Así es, tan solo 13 años atrás, se minaba el primer bloque, dando inicio a lo que se conoce como “La Revolución Cripto”, esa caja de gatos que como dicen muchos analistas: “combina todo lo que no entendemos de economía con todo lo que no entendemos de internet y tecnología”. En realidad, podemos decir que combina mucho más, pues Bitcoin y el mundo de los criptoactivos concierta tendencias e ideas diversas de economía, tecnología, filosofía, política, y seguro decenas de tópicos más.
Diagramar escenarios, analizar oportunidades y desafíos, y principalmente asignar probabilidades, se torna particularmente complejo cuando se analiza un fenómeno que interpela tantos marcos teóricos. El riesgo de realizar futurología es particularmente alto por este motivo, pero también por hechos empíricos en cuanto a la adopción actual de criptomonedas.
Para dar una idea, el Centro de Finanzas Alternativas de la Universidad de Cambridgem estimaba que aproximadamente 100 millones de personas en todo el mundo tenían criptomonedas en el año 2020. Otros datos privados, como el informe "Crypto Market Sizing" de Crypto.com, afirman que a diciembre del 2021 la cantidad de usuarios de criptomonedas acendiá a 295 millones. En un mundo con 7.750 millones de habitantes, en dónde según el Banco Mundial el 65% son adultos de 15 a 64 años, tomando cualquier dato estamos hablando de que solamente un 2% a 6% de la población adulta del planeta tendría criptomonedas actualmente.
Quiero ser claro: cualquier proyección a futuro que se realice tomando datos de un fenómeno tan complejo que cuenta con sólo 13 años de historia y aceptación de 100 a 300 millones de personas, es falaz por motivos teóricos y empíricos. Entonces ¿qué herramientas tenemos para pensar el futuro de la revolución cripto y el desafío de los Estados? En mi opinión solo uno: la historia. Y para esta columna en particular, muy específicamente la historia de la innovación financiera y monetaria. Es por eso que vamos a centrarnos únicamente en el análisis de las propuestas cripto que desafían al instrumento de soberanía y control más importante que tienen los Estados, su moneda. Este supuesto no es menor, pues al centrarnos en las criptomonedas, estamos hablando de un subconjunto muy reducido (y cada vez más) del inmenso universo de criptoactivos.
No obstante, está claro que la amenaza al menos teórica, es que los Estados pierdan soberanía monetaria frente a la irrupción y adopción de las criptomonedas. Pero ¿es esta una amenaza realista? No voy aquí a hacer un repaso de la historia del dinero ni de las monedas, pues es lo que conocemos. Sí me interesa enfatizar algunas conclusiones mirando el mundo de las criptomonedas.
Al momento de redactar estas líneas, el universo cripto cuenta con más de 20.500 tokens, 500 exchanges, y una capitalización mayor a los mil billones de dólares (trillions, en inglés). Sin embargo, Bitcoin concentra un 40%, ETH otro 20% y el top ten de propuestas supera el 95% de toda la capitalización. Si nos centramos en aquellas que tienen una propuesta de valor “monetaria”, esto es, suplir funciones básicas del dinero, podemos separar al menos dos grandes categorías: Criptomonedas de oferta-demanda (como Bitcoin, Ether, o cualquier otra que tenga volatilidad inerte) y las Monedas Estables o Stablecoins.
Las monedas estables, sostienen una paridad fija con el mundo Fiat u otros activos a través distintas metodologías, pero las más conocidas son las que lo hacen teniendo reservas monetarias. Ejemplos como USDT o USDC, sostienen su paridad afirmando contar con un dólar (u otra moneda dura) respaldando cada token emitido. Actualmente, la capitalización de las Stablecoins ronda el 18% de la capitalización del mundo cripto (a veces más, a veces menos)
Sin embargo, hay un tercer tipo de propuesta monetaria que cobra cada vez más peso en el mundo. Me refiero a las Monedas Digitales de los Bancos Centrales (o CBDC, por sus siglas en ingles). Actualmente más de 70 economías están diseñando, investigando o implementando pilotos de su propia moneda digital soberana. Las CBDCs nacen como respuesta directa de los Estados a la revolución de las criptomonedas. Y si bien existieron iniciativas en el pasado, esta aceleración reactiva por parte de los Estados tiene solo tres años, tras un acontecimiento muy concreto: el (entonces llamado) proyecto Libra anunciado por Mark Zuckerberg en junio del 2019 con la idea de ofrecer una moneda estable global.
Podemos afirmar que no fue hasta que el conglomerado de Facebook (actual Meta), y un consorcio con más de una veintena de compañías de la economía digital, anunciara un proyecto de Stablecoin de escala global corporativo, que los Estados no reaccionaron genuinamente a la amenaza de perder soberanía monetaria. Este hecho llevó a distintos mandatarios del mundo a pronunciarse por primera vez sobre las criptomonedas, y a acelerar enfáticamente el desarrollo de CBDCs. El caso de Libra fue la pieza de dominó que aceleró todos los debates, y aunque hoy el proyecto está trunco, posicionó a esta tercera propuesta monetaria en los Estados.
En definitiva, las CBDCs son la respuesta de los Estados a la revolución cripto. Junto con las Stablecoins (en sus distintos formatos) y las Criptomonedas volátiles (también, en sus cientos de formatos y propuestas), podemos afirmar que estamos atravesando un momento histórico y bisagra en la historia monetaria. Mirándolo de esta manera, la revolución cripto está en realidad transformando las formas de dinero como las conocemos. En principio, y al menos hasta ahora, ampliando las opciones.
La pregunta que cabe hacer es ¿alguna de estas propuestas se esgrimirá dominante desplazando absolutamente a las otras? ¿Cabe pensar que las monedas de los Estados desaparecerán? Por supuesto, no lo sabemos. De momento vemos como las criptomonedas y las stablecoins empiezan a convivir con casos de CBDCs heterogéneos y de los más diversos. Así, podemos mencionar el Yuan Digital en China como un extremo centralizado, la Ley Bitcoin en el Salvador como otro extremo (más descentralizado). En el medio, economías como Bahamas y su SandDollar (CBDC) que fue desarrollado en colaboración con Mastercard, y la lista de ejemplos y grises puede continuar.
Por lo tanto, nuevamente, la única pista que tenemos para pensar el futuro es mirar el pasado. Y el pasado nos ha demostrado que las innovaciones financieras y monetarias, lejos de “reemplazar”, en la mayor de las veces han venido a “convivir” con sus antecesoras, y cuanto mucho a transformarlas (como estamos viendo ahora). Esto siempre sucedió con una enorme heterogeneidad dependiendo la geografía y la sociedad.
En consecuencia, en las economías nórdicas, donde 9 de cada 10 pagos son realizados con tarjetas, en Suecia donde existen comunidades que se implantan microchips para realizar pagos, o en China donde el 85% de los pagos digitales se hace con códigos QR o Biometría, cabría pensar las nuevas propuestas monetarias tengan un rol más protagónico. Pero en otras partes del mundo como en nuestra América Latina, donde 8 de cada 10 pagos se realizan en efectivo, y el 90% de los pagos digitales son con tarjeta plástica (inventadas a mediados del siglo pasado), ver una dominancia cripto suena más a un anhelo que a un escenario factible.
El futuro próximo de la moneda y el rol de los Estados, se parece más a uno dónde coexistirá el efectivo (cayendo con heterogeneidad global) con las Monedas Digitales de Bancos Centrales, con Criptomonedas volátiles (Bitcoin, ETH, u otras), con las Stablecoins y con nuevos activos criptográficos que sería imposible imaginar a esta altura de la historia cripto. El desafío de los Estados será entonces ajustar su propuesta monetaria a la altura de las circunstancias e incorporar todas las manifestaciones cripto en sus análisis de política, buscando siempre maximizar los beneficios que trae esta revolución para el beneficio de sus respectivas economías.